La mente humana sabe adaptarse a los tiempos. Durante la Guerra Fría, no solo se fabricaron cohetes supersónicos, sino también bombas que eran como yogures al gusto del consumidor. Había petardos inteligentes capaces de cargarse a los habitantes de una ciudad respetando los edificios, las estatuas y las rotondas. La bomba de neutrones era un alarde de eficacia, pues respetaba la propiedad privada y permitía reutilizar las casas endosándole la hipoteca al siguiente pardillo.
En aquella efervescencia por destruir al adversario, se invirtió mucho en I+D, y se crearon todas esas agencias de investigación que los guionistas de Hollywood sacaban en las películas. En ese contexto, te podía resultar verosímil que una oficina estatal desarrollará un vehículo como El Coche Fantástico. Y no solo eso, sino que le permitiera a un chulazo como David Hasselhof que lo condujera. Como se disparaba con pólvora del rey, los guionistas y el público podían soñar. Gracias a eso, en nuestro imaginario siempre había un científico loco contratado para encontrar El Arca Perdida o para realizar los Encuentros en la Tercera Fase. Además, sabíamos que esas investigaciones solo eran posibles en los países anglosajones, dado que aquí somos más dados a gastarnos la pasta en investigar cosas tan poco estimulantes como las diferencias entre los 17 escudos autonómicos.
A fuerza de averiguar chorradas, los tíos fundaban industrias y franquicias. Podías creerte que alguien recibía el encargo del Gobierno para crear a un superhéroe como Iron Man. Trasladar esa idea a España provocaba la risión, entre otras cosas porque el tipo que recibía el encargo acababa colándote como superhéroe a su cuñado enlosador por el mero hecho de cobrarte las facturas con IVA.
Por desgracia, la crisis se está llevando por delante todo lo que suene a exótico y esotérico. Ayer leí que Londres deja de buscar ovnis, que el Ministerio de Defensa cierra su unidad de investigación. Mi pregunta es: ¿a dónde van a ir los pobres empleados de esa agencia? Me los imagino en una entrevista de trabajo, con sus caras de frikis y sus gafas con veinte dioptrias, diciendo que se han pasado media vida mirando al cielo para encontrar platillos volantes.
Los puritanos piensan que las crisis son buenas porque purgan. Creen que los pueblos necesitan disciplina y algún cachete. Pero esa exhuberancia irracional nos ha dado grandes cosas. Sin ella, el Patio de los Leones de la Alhambra sería hoy una barraca para los caballos. En lo personal, empiezo a estar hasta las narices de la nueva austeridad de convento. De los supermercados con marcas blancas. De todos esos estudios sobre la eficacia, la energía que gastamos, el agua que consumimos para hacernos un puto café. Acaban dando la sensación de que lo sensato, lo eficiente, lo racional es morirse para gastar menos recursos. La próxima vez que vayáis a merendar haced lo mismo que yo: pediros un helado de siete sabores, con nata, paraguas de color, cereza glaseada, un chorreón de caramelo, bizcocho y bengala. Comprobareis que el mundo ha cambiado mucho y que la gente os mira como si fuerais marcianos.