Desde los tiempos de la Santa Transición, la crítica televisiva en nuestro país arrastra los mismos tics. Parece hecha por gente que detesta el medio, pero también al aparato (hay quien tiene fobia a las tostadoras). Parece escrita por gente que nunca ha trabajado en televisión, pero sobre todo por gente que no es FELIZ.
Los que curramos dentro enseguida nos damos cuenta. Sabemos que lo que se ve, la mayoría de las veces viene marcado por el dinero. Y también por la suerte y el talento.
Los críticos piensan que los que hacemos programas obramos de mala fe. Ignoran que los resultados que uno obtiene en la vida dependen de una combinación de casualidades, fortuna y esfuerzo. Ya lo dijo W. Allen en Matchpoint. Dependemos de en qué lado de la red cae la pelota.
Los que curramos en la tele estamos un poco cansados de que la gente se cague en nosotros. Sobre todo porque en clubs donde se práctica la coprofagia te pagan más. Los que hacemos tele sabemos que todo depende de contar con los directivos adecuados, con el horario adecuado, con el equipo adecuado, con el tiempo adecuado. En fin, de una puta lotería.
A pesar de ello, la gran mayoría de los críticos sigue sirviéndose de un discurso premoderno. Odian a las máquinas. La cosa viene ya del siglo XVII, y de muchos gremios que vieron en la técnica un peligro (le pasó a los agricultores con el tractor a vapor o a la Iglesia con el cine). Desde entonces, no faltan quienes sueñan con un orden natural puro, lejos de Ipods y de tecnología alienante. Consideran a la tele como un invento del maligno. La tele les demuestra lo alienada que está la sociedad (también su música, su cine o sus vacaciones), la perdida de valores (aqui coinciden críticos de tv de izquierda y de derecha), o lo malo que es el capital. Pero en el siglo XXI, con 145 canales cubriendo casi cada aspecto del interés humano, ese discurso del crítico de televisión de hoy huele a culo de taxista.
No deja de ser curioso que los críticos se olviden de las joyas que emiten Digital +, Ono o Imagina, y que prefieran dedicar su columna a La Noria. O que hayan tardado casi 5 años en reconocer el boom de las series. Hay críticos conversos que ahora marcan el camino y dicen que la ruta es HBO. Ignoran que se trata de un canal de pago en un país con más de 300 millones de habitantes. O que la tele que se ve en España no es muy diferente de la italiana, la alemana o incluso la americana (dado que muchos formatos vienen de allá). Por poner un ejemplo, la BBC emitió Gran Hermano.
De la misma forma en que un corto adolescente debe acabar con la muerte de su protagonista, el crítico de televisión suele tener una concepción intransigente del ser humano. Piensan que a todos nos gusta comer caviar a diario. Pero la gran mayoría alternamos un burguer, con un chino, o el guiso de la abuela con una bandeja de sushi. Por mucho que queramos, somos como dicen las audiencias. No tenemos una única dimensión. Queremos ver un programa de tortazos, jugar un rato a la Play, o ver un trozo de una peli antes de saltar a un partido de Rafa Nadal. Así somos tú y yo. Así somos todos.
A mí me gustaría ver en las columnas de estos críticos ese derroche de imaginación que ellos critican. Me gustaría que nos sorprendieran, que a veces fueran positivos y recomendaran alguna película menor, un programa intrascendente o un documental esquivo. Me gustaria que fueran críticos del siglo XXI, que a veces fueran frívolos como tú y como yo. Me gustaría que fueran personas felices. Y ya puestos que escribieran como Proust.